La policía danesa desmanteló este sábado los puestos de venta libre de cannabis de Christiania, un barrio del centro de Copenhague que fue libertario y ‘hippie’ pero ahora está asociado a la violencia del narcotráfico.

En agosto los habitantes decidieron que una de las calles del barrio, llamada Pusher Street (calle de traficantes) y conocida por sus puestos de hachís, tenía que cerrarse después de un asesinato, el cuarto en tres años, que puso definitivamente fin a la imagen de comunidad pacífica de Christiania.

Pusher Street «se deterioró convirtiéndose en un lugar muy poco agradable, los traficantes luchan entre sí y contra la gente, son violentos», lamenta Hulda Mader, portavoz de los habitantes. La policía había destruido en varias ocasiones los puestos, pero luego resurgían. Lo hizo nuevamente este sábado.

«Vamos a quitar todas las tiendas de cannabis. Es nuestra primera tarea de la mañana. Luego nos aseguraremos de que la zona esté tranquila», explica Simon Hansen, jefe de la policía de Copenhague.

Tanto los habitantes de Christiania como el alcalde de Copenhague y el ministro de Justicia materializarán el cierre levantando los adoquines que cubren la calle.

«Tomaremos los adoquines y se los daremos a quien quiera. Será una señal de que ‘Pusher Street’ está cambiando y ya no será una calle de traficantes», explica Mader. Esta mujer de 70 años, residente en el barrio desde 1994, cree que lo importante es que la mayoría de los habitantes del barrio, unos miles, apoyen el cambio.

«Su compromiso es crucial», afirma aliviada la alcaldesa de Copenhague, Sophie Haestorp Andersen. «Es la primera vez que se unen y adoptan una postura contra el crimen y la inseguridad que azotan a su vecindario», asegura.

Adam Hovgaard, habitante de Copenhague de 23 años, contó que llegó para recuperar un adoquín. «Es un recuerdo de Christiania, de lo que fue y de lo que ya no es», dijo. En 1971 los hippies crearon la «ciudad libre de Christiania» en un antiguo cuartel abandonado, una comuna que, según sus estatutos, «pertenece a todos y a nadie» y donde cada decisión, todavía hoy, es tomada de forma colegiada.

En este enclave de 34 hectáreas, la venta y el consumo de cannabis es ilegal pero tolerado, lo que propicia el tráfico de drogas y el surgimiento de bandas.

«Hace cinco o diez años, los traficantes eran principalmente locales, pero ahora las bandas manejan el mercado de drogas», señala Hansen, el jefe de la policía.

Según la alcaldesa, «durante demasiado tiempo aceptamos que los traficantes vendan marihuana y drogas como fresas o guisantes recién pelados tanto a turistas como a habitantes de Copenhague». En agosto pasado los habitantes bloquearon durante un día el acceso de los no residentes a la zona, visitada por más de medio millón de turistas cada año, «con la esperanza de liberar a Christiania de la tiranía de las pandillas».

En 2023, la policía, que no facilita cifras sobre las cantidades de droga incautada, detuvo a unas 900 personas en relación con el tráfico de drogas en el barrio.

Con este «nuevo capítulo pretenden limpiar la calle y hacerla bonita», afirma Mader, que vive en una casa grande que comparte con su hijo y su familia. «Pintaremos y reconstruiremos los edificios. Queremos estar asociados al arte, la cultura, el teatro, como antes. Un lugar realmente agradable donde la gente viene y se relaja», destaca.

Christiania es también un sitio muy verde, donde se escucha el canto de los pájaros en el camino que sigue las antiguas murallas. Con el ansiado fin del narcotráfico, la comunidad quiere apostar por esta imagen idílica y por su vitalidad artística. También hay planes para construir alojamientos para unos 300 recién llegados, un proyecto cuyas modalidades aún no fueron ultimadas pero con el que se espera atraer a familias con niños.

Actualmente el 25% de la población de Christiania tiene más de 60 años.

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