La fortaleza de concreto ubicada en la carretera libre a Zapotlanejo, en Jalisco, fue la segunda cárcel federal en su tipo, que seguía el modelo arquitectónico y disciplinaria de la brutal cárcel de máxima seguridad de Almoloya de Juárez (ahora del Altiplano).

Almoloya había sido diseñada para alojar a más de 700 reos de alta peligrosidad, por lo que su modelo disciplinario era uno nunca antes visto en México. Los reclusos vivían en un aislamiento completo que les impedía seguir operando desde la cárcel. Puente Grande, también conocido como el Centro Federal de Readaptación Social número 2 era una copia.

Después de haber pasado unos meses en Almoloya, donde fue ingresado en junio de 1993 por el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, fundador del cártel de Sinaloa fue trasladado a Jalisco, donde no sólo rompió todas las reglas, sino que también mostró que era posible fugarse.

En este centro de reclusión, el narcotraficante logró cooptar a todas las autoridades, tener un séquito de reos a su servicio y la consolidación del cártel de Sinaloa al que manejaba desde la cárcel.

En su libro “Los Malditos 2”, el periodista Jesús Lemus, quien estuvo recluido en la misma prisión detalló las historias que sobre Guzmán Loera se cuentan en Puente Grande, narradas por los mismos presos.

Uno de ellos fue Noé Hernández “El Gato”, acusado de abuso sexual contra menores de edad.

El Chapo era el único interno que tenía acceso a un teléfono celular el que a veces prestaba a otros reclusos para que pudieran hablar con sus familiares, ya que las reglas establecían que sólo podían tener acceso a los teléfonos de la prisión por 10 minutos cada 12 días.

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